lunes, 6 de junio de 2011

Conciencia Corrompida

Conciencia Corrompida

La sala del trono está inesperadamente silenciosa. Como siempre, el aire está caliente y denso, súmamente pesado sobre cualquiera que se aventure en la habitación. Es mediodía, aunque los cinco soles nunca alcanzarán este lugar tan alejado de la superficie de Mirrodin.

Pronto la sala del trono estará llena de aquellos que busquen una audiencia con él, su rey sin coronarse. Sus subditos se moverán ocupados, manteniendo el orden, hacienda listas, calmando egos exaltados, y limpiando los restos de aquellos que hayan violado una u otra regla.

Entretanto, su voz divagará, a veces inescrutable, a veces revelatoria. Sus palabras reverberan de las paredes de metal en un ritmo tranquilo, y entonces explotan en gritos de lamento. Sus palabras usualmente ponen en pánico a los seres más inferiores. Pero aquellos de más alto rango e inteligencia sonríen si tienen labios o asienten si no los tienen, bendecidos de estar en la presencia de tan consumada sabiduría.

Sabiduría que pronto encontrará su camino dentro del canon de las escrituras.

Escrituras que pronto serán habladas por los labios de miles que no saben nada de la perfección que les espera.

Si solo dijera las palabras correctas. Dé las órdenes. (Las ha dicho hoy? Ha dado su bendición?) Dé las órdenes; hemos estado esperando por generaciones. O eso les parece a aquellos en la sala del trono. Dé las órdenes, y finálmente comenzará.

Todos están esperando. Será éste el día? Pero ahora, la sala del trono está inesperadamente silenciosa. Y Él, aquél que está destinado a dirigirlos, está decididamente solo.


Quién soy yo? Su voz retumba desde dentro de su pecho masivo. Qué es este lugar?

Sus ojos parpadean rápidamente, como para vencer a las sombras de su mente. Sus súbditos están ausentes. No hay nadie que pueda atestiguar su lucidez. O sera su locura? Si no hay nadie ahí para decidir, para escribirlo, para catalogarlo como la verdad, realmente importa?

Quién soy yo? Quién soy yo? Dice una y otra vez, como un niño aburrido. Hasta que la mitad de su mente se hace petulante, e interrumpe su molesto canturreo. "Ahí está lo que fuiste," La mitad de su mente le recuerda. "Y en lo que te convertirás."

"Y quién era ése? Quién era yo?" se susurra a sí mismo. Pero no hay respuesta.

"No respondas, entonces, ni que me importara," su voz resuena en el recinto vacío. "Dime entonces: en quién me convertiré?"

Alguien ríe irónicamente. Alguien llora con pena. Pero como está solo, será posible que sea él?

"Has sido testigo por miles de años. Y ahora tu momento ha llegado. Alabado sea, el Nuevo Padre de las Máquinas!"

Pero espera, tal vez no sea tan claro como eso. Esto no es la vieja Phyrexia, unida bajo el megalomaniaco mando de Yawgmoth, cuya voluntad corría a través de sus seguidores como si fueran extensiones físicas de sus maquinaciones asombrosas.

Esto es Nueva Phyrexia renacida del aceite cargada a traves del æther, traído aquí por el Golem Plateado mismo, y echando raices profundo en el abismo de su propia creación: Mirrodin.

"Miles de años," el golem le ruge al silencio. "Tanto perdido. Dónde se encona mi sombra? Qué otros planos se han vuelto colmenas asesinas en mi despertar?"

"Tú eres el Padre de las Máquinas" La mitad de su mente le dice agresivamente a su parte más débil. "Cada sílaba que dices nos maniobra. Dí la palabra y exterminaremos de este mundo en ruinas de los indignos. Escucha ahora, tocan a la puerta. Hoy es el día, hermano."

Ciertamente, un toquido hace eco en el recinto, y el golem levanta sus ojos cansados. Es solo su cabeza la que se mueve ahora, y tal vez un dedo. El resto de él está fundido a su trono. El resto de él se ha convertido en parte del núcleo alrededor de él.

"Hermanos como Urza y Mishra?" el golem arremete contra sí mismo mientras la puerta del recinto se abre y sus súbditos entran formados solemnemente. "Los eriales de Urborg, tonto. Habrá abismos de tiempo, pero estoy perdido dentro de ellos!"

Ojos como canicas dentro de mascaras blancas de porcelana lo revisan. Plumillas arañan contra superficie maleable.

El primer súbdito da un paso al frente. Es una criatura con un nombre que suena como un cristal que se rompe, pero es inteligente, a diferencia de algunas de las criaturas sin conciencia propia que se arrastran alrededor del recinto. Los que no tienen conciencia propia al menos se quedan en la luz. Eran aquellos que se quedan al borde de las sombras los que eran los verdaderos jugadores de poder. Aquellos de los que hay que cuidarse. Ellos son los que hablan con impeccable cortesía a sus subalternos mientras les ordenan que les remuevan la piel a sus enemigos.

"Recuérdalo, éste es Nuestro trono," La mitad de su mente le susurra a si mismo. "Esta es nuestra máquina. Máquina perfecta."

"Mi mundo era perfecto antes," respondió el golem.

"Tú no sabías antes nada acerca de la perfección entonces. Hemos trascendido los límites de las matemáticas."

"Un paso al frente!" Gritó el golem repentinamente. Nadie se movió. "Tú! Tráelos adentro. Todos adentro."

"Pero señor... " el vasallo principal protestó. "Habrá furia ante la injusticia. Algunos han esperado por días. Debemos observar el protocolo."

"Muerte. Matarrespirarencolerizarmuerte," continuo el golem.

Los vasallos consultaron unos con otros. "Sí, eso resolvería el problema," asintieron. "Una cabeza por cada séquito será suficiente."

Los vasallos vivazmente arreglaron el asesinato para realizarse más allá del pasillo, y llevaron a los amos que esperaban al recinto—finalmente—para su audiencia con el golem plateado.

Los dos Phyrexianos eran de rangos menores, el capellán de un Canciller de Norn y un archivista de Thane Kraynox. No estaban felices de ver al golem juntos, puesto que cada uno tenía una agenda propia.

"Grácias por recibir a este humilde servidor. Le traigo malas noticias," dijo el capellán.

"También le traigo desafortunadas noticias que darleu," dijo el archivista de said Kraynox.

"Los Mirranos han sentido que falta algo," advirtió el capellán de Norn. "Se están organizando. Ésto no es una amenaza al Gran Ideal, claro está, pero nuestras estrategias pueden verse alteradas si no actuamos."

"Jin-Gitaxias no cree en usted," dijo el archivista contundentemente. "No tiene fé como los Thanes que adoran sus benditas palabras. Peor aún, hay reports de un ser extraño materializándose en medio de la Fortaleza de Geth."

"Redención," el golem musitó. "Expiación."

"Nos hamos enterado que hay espías escuchando incluso esta sala del trono," continuó el archivista. "Espías de Jin-Gitaxias monitoreando todo lo que transpire dentro de esta habitación."


"Norn le implora moverse a la superficie ahora" dijo el capellán de Norn. "No hay un major momento para decapitar los cuerpos de los herejes y llevarlos hasta el folde."

"Deja de autoflagelarte," HLa mitad de su mente pensó para sí mismo. "Es impropio del Padre! Toma la decision y liberate a ti mismo de estas patéticas ataduras."

"Jin-Gitaxias no cree en usted," chilló el archivista. "Esparcirá mentiras entre los preatores para poner a un líder falso en su lugar. Está en riesgo, especialmente si no muestra una acción decisiva."

"En esto, Norn está de acuerdo," duce el canciller. "Ella le sirve sin preguntar. Pero no puede esperar mucho más. Por supuesto, los Mirrodianos no son una amenaza para usted, pero sería mejor aplastar a los que no creen y cosechar aquello que nos beneficie."

"Estamos ráramente de acuerdo," dijo el archivista. "Le rogamos, oh glorioso. Dennos solo una palabra!"

Mientras sus visitantes estaban hablando, el golem de plata murmuraba para sí, palabras que no significaban nada en ningún lenguaje. Pero cuando el archivista terminó, el cuarto cayó en silencio, esperando Su respuesta.

Miró hacia el cielo, observando todo y nada. Su boca se abrió y rugió: "Ofensa!"

El capellán del canciller de Norn y el archivista de Kraynox's se miraron entre sí con sutil sorpresa. Profundamente dentro de Lumengrid, los espías monitoreando la sala del trono hicieron ruidos entre ellos. Sí, todos lo habían oído. La orden. Finamente! La gloriosa Guerra podía comenzar!

Reverenciando y saliendo tan rápido como pudieron, todos se apresuraron a reportar las espléndidas noticias a sus superiores. Pronto la sala del trono se había quedado inesperadamente silenciosa. Y Karn sentado solo, su mente partida y desatada, completamente inadvertido de lo que había desatado en la superficie de su mundo.

"Ofensa," suspiró de nuevo. "He cometido la más grave ofensa."

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